miércoles, 11 de enero de 2012

MEMORIAS DE UN PUEBLO ILUSTRE   
Manuel Martínez Acuña
      Según un viejo dicho hispánico, sólo puede repasarse lo ya realizado, sabido, estudiado, o, escrito. Pero, ¿cómo poder identificar esas cosas sin fisonomía, que resultan de la particular expresión de los pueblos; o, cuando ciertos indicios se confunden con la impostura o la falsedad?
    Es la paradoja que ahora pretendemos desglosar aquí,  para acomodar a la situación actual, lo que hacia los años 30 todavía eran piezas del diario acontecer en Los Puertos, que entonces no pasaban de ser heroísmos románticos, inocentes idilios, aventuras ingenuas, o  elegías fugitivas. Hoy transformados en un novedoso estilo de vida surrealista, mucho más allá de lo que una vez fuera su otro mundo espiritual.
      Era en ese tiempo, un pueblo confiado y apacible,  donde los de mejor posición social, o los más leídos, se inspiraban sobremanera en el pensamiento filosófico de los griegos y en los valores y fundamentos de la doctrina cristiana impartidos por la iglesia católica romana.
    Prueba de ello es la curiosa circunstancia de que, los nombres de los hijos que llevaban los padres a las pilas bautismales, o a las prefecturas civiles, eran generalmente los dados a reponer apelativos griegos; tales como Atenógenes, Carpóforo, Cástulo, Euclides, Sócrates, Anaxágoras, Aspasia, Anastasia, Toribio, Diógenes, Eurípides, Ermágoras, Aquiles, Eufrosina, Eglantina, Osiris, Enoe, Erasmo, Hermágoras, Arquímedes, Hermógenes, Eugenia, Edecio,  Hipómenes, Arístides, Herminio, Hermilo, Isaura, entre muchos otros casos más.
    Particularidad ésta posiblemente vinculada al hecho, de que fuera el puerto de Maracaibo para la época, la principal entrada y salida de mercancías de trato o venta intercambiables (como café, cueros, cacao, libros, periódicos, revistas, enseres de imprenta, alumbrado, etc.), hacia y desde Europa; y, desde luego, constituida en factor de importante valía dentro del vasto campo de la cultura.
    Por lo que acompañado de otros atributos, a Los Puertos se le ha mirado, con mucha justicia, como Villa procera y levítica; por el elevado rango de sus personajes históricos, y, por ser cuna de ilustres sacerdotes, connotados maestros, célebres poetas, músicos brillantes, y, de artistas plásticos famosos, como el gran muralista, Gabriel Bracho.
    También se llegó a llamarse en sus primeros tiempos,  “EL PASO”, por ser la travesía obligada entre la cordillera de la costa y lo que después sería la ciudad de Maracaibo. Tanto que -según algunos historiadores-, fue por ese lado donde hizo su entrada el controvertido y cruel fundador de la metrópoli marabina, el Adelantado alemán Ambrosio Alfinger, un muy cuestionado 8 de septiembre de 1529.
    Bolívar, para iniciar entonces su recorrido por las áridas tierras de Falcón (Mene de Mauroa, Capatárida, Dabajuro, Borojó, Coro, La Vela, etc.), tuvo antes que pernoctar en Los Puertos de Altagracia, en 1826. Y, desde allí, con bestias y carretas, continuar hasta llegar a la localidad conocida como Casigua, donde fue recibido por el comandante militar del cantón de Casicure, capitán Pedro Rodríguez. Viaje que tuvo mucha relación con aquel movimiento subversivo de La Cosiata, que terminaría con la disolución de la Gran Colombia.
    Se dice que Bolívar en Mitare, volvió a hacer gala de sus galanterías y amor por la música, al proponerle a la dulce joven María Encarnación Sánchez, bailar con ella; a cuyo efecto le pidió al director de unos músicos que amenizaban el recibimiento (un muchacho de nombre José de las Nieves Lugo, de apenas unos dieciséis años de edad), que ejecutara por favor una pieza más movida y alegre, posiblemente una danza o contradanza, de las que tanto gustaba.
    Fiesta dada en su honor, en una casa ubicada al norte de la plaza de Bolívar de ese lugar, perteneciente en esa ocasión a doña Catalina Miquilena.
Igual se ha dicho; o muchos se han preguntado con cierta perplejidad, cómo es que la Villa de Altagracia, con toda su prestancia, no ha podido retener en su seno a sus mejores representantes, durante casi toda su existencia.
Entre los ejemplos más resaltantes tomados a partir del borrador que día a día hemos logrado conocer a través del tiempo y la investigación, podemos mencionar el caso migrante de José Antonio Chaves, destacado jurista, autor de la música del himno del Estado Zulia, fundador de la Banda Filarmónica de Altagracia; y, entre otras actividades docentes, rector de la Universidad del Zulia (1896-1897).
O el caso de José Escolástico Andrade, para sólo nombrar a dos; quien fuera Jefe militar al servicio de la lucha por la independencia de Venezuela, junto a Bolívar. Nacido en Los Puertos el 18 de enero de 1782, y fallecido en Maracaibo el 22 de agosto de 1876.
Y, no se diga de otros tantos, que igual se vieron obligados por las circunstancias, a dejar -aunque con historias diferentes-, a su patria chica, como ocurrió con el pintor Gabriel Bracho, nacido en Los Puertos el 25 de mayo de 1915, y sepultado en Caracas el 6 de marzo de1995. Cuya obra está llena de gran realismo, y enfatizada por pinceladas vigorosas y fuertes contrastes entre formas y colores.
Y, Mariano José Parra León, eximio Obispo de Cumaná; nacido en Los Puertos el 13 de agosto de 1911, y, fallecido en Maracaibo el 26 de enero de 1989, a consecuencia de un accidente de tránsito.
Y, para sumar solo uno más, citemos también al historiador y crítico de arte, Adolfo Romero Luengo, nacido en Los Puertos el día 9 de abril de 1916. Fue uno de los fundadores del Centro de Juventud Católica de Altagracia, editor de la Revista Avance, y, director del diario La Columna de Maracaibo; cuya muerte ocurrió en Caracas el día 22 de noviembre  de 1996.
Bajo este cortinaje de hechos históricos y cualidades épicas, Los Puertos viene de ser un pueblo de pensadores y poetas; con un universo de reminiscencias remotas y lejanas, de puertas de agua, aljibes, aguamaniles, aguaduchos y fachadas coloniales. Todo condensado en sus tres únicas calles de entonces: la calle de la playa, la del medio y la del monte. Y, su Iglesia Nuestra Señora de Altagracia.  
Esto por supuesto da lugar -aunque en términos más pragmáticos-, a no sólo creer que la importancia suma de Los Puertos y su gente, está cifrada en el plano intelectual y artístico únicamente, sino también en la contingencia que señala su rol épico.
Con elevada conciencia de esto, podemos hablar de hechos que hacen honor a sus valores históricos, en aras por ejemplo de aquella portentosa batalla naval librada en el Lago de Maracaibo, el 24 de julio de 1823. Acción decisiva ésta, que selló la independencia de Venezuela.
Asimismo podemos hablar de cómo la telegrafía regional tuvo allá tan relevante importancia, debido a que todos los mensajes dirigidos al resto del país desde Maracaibo, tenían que ser repetidos en la oficina de Los Puertos, a causa de lo insuficiente que resultaba el cable sub-lacustre, que unía las dos dependencias telegráficas de la época.
Por aquel tiempo en que nos tocó vivir allá, era jefe de la oficina de telégrafos, Héctor Leal Gutiérrez, nativo de ese suelo, amante de la poesía y de la música. Y, entre otros operadores, figuraba su sobrino Humberto Leal Paz. La oficina contaba con 6 telegrafistas, 2 guarda líneas y un repartidor de telegramas.
Queda pues -bajo muy diversas formas-, acudir a la memoria de lo que realmente ha sido la obra filológica de ese pueblo ilustre de Altagracia, de auténtica tradición cosmopolita.

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