martes, 9 de agosto de 2011

EL OBJETIVO ES GANAR DINERO; NO IMPORTA QUIEN LO PAGUE

EL OBJETIVO ES GANAR DINERO; NO IMPORTA QUIEN LO PAGUE
Zootecnista Adrián Martínez

A través de muchos años de actividad consciente dentro de nuestra profesión, y, a propósito de los enunciados y leyes económicas con los cuales han fijado posición diferentes interlocutores, especialmente en lo relacionado con la agricultura animal, podemos compendiar un sin número de políticas y mecanismos privados y públicos, direccionados a la obtención de beneficios económicos y/o políticos, tomando en cuenta sólo un lado de la relación Compra – Venta.
            En el transcurso de estos años, si vemos la resultante de la baja eficiencia, estamos comprometidos todos en mayor o menor grado, especialmente los que debemos orientar técnicamente y desde el punto de vista económico, a nuestros productores. Como en toda actividad humana, las excepciones se destacan.
            Cuando hablamos del aspecto económico necesariamente debemos considerar si la inversión requerida para aplicar cualquier tecnología es viable, y si agregamos los costos de funcionamiento, cuál sería la proporción con el beneficio. Estas preguntas son obligadas en cualquier negocio en sus inicios, de manera que quien emprenda una actividad industrial, comercial o ganadera debe, necesariamente, hacer por lo menos un análisis económico previo, antes de comenzar.
            No pretendemos con lo anteriormente dicho, que estamos descubriendo el agua tibia, pero sí dar fe de esta premisa ineludible si queremos ser exitosos.
            Esto nos coloca en una maraña de factores que hemos aceptado como indispensables para la producción; y permite además ubicarnos en el sector agrícola animal, con toda su gama de insumos como medicina animal, maquinaria agrícola y sus repuestos, implementos, mata malezas, insecticidas, herramientas, materiales de construcción, combustibles y aceites, animales y tierra, etc. Y, un recurso humano con poca o nula preparación. Todos los factores mencionados han sido utilizados por la mayoría de nosotros en forma casi desarmonizada con la naturaleza; y, en algunos casos, hasta contrarios a la economía del plantel; generando peligrosos sobrecostos, especialmente cuando no tomamos en cuenta la teoría que pesa sobre la economía de escala. Vale decir, no estamos industrializados. Por lo que la estructura agrícola no es capaz de generar suficientes productos y subproductos, que sirvan para la suplementación animal a bajos precios.
            Nos enseñaron a consumir; a resolver los problemas comprando concentrados, medicamentos que lo resuelvan todo; maquinaria y equipos de alta tecnología, genética de alta calidad para leche, carne, huevos, pollos, mata malezas, etc., y nos vendaron los ojos para que no reconociéramos nuestra propia capacidad y el gran potencial de nuestros suelos en un clima tropical donde existe una biota extraordinaria y compleja.
            En lo que se refiere a la explotación agrícola, es una historia de larga data, todo un proceso bien diseñado con propósitos mercantilistas, y que no han permitido que surjan otras ideas como la del “uso racional de las pasturas” del Dr. Andrè Marcel Voisin, cuya mención hacemos en honor a su búsqueda de la verdad en la relación hombre – tierra – animal. Revertir ese proceso consumista, necesitará tiempo y esfuerzo de muchos.
            El primer paso es la aceptación consciente, individual, que puede convertirse en colectiva, de la simbiosis extraordinaria que existe en un suelo vivo, donde proliferen todo tipo de microorganismos, plantas y herbívoros, incluyendo los salvajes.
            Refiriéndonos al tema de la genética para la producción de leche, o a cualquier otro rubro, tenemos a la disposición semen de toros con alto potencial para trasmitir sus genes obteniendo animales mejorados, pero que de hecho nos obliga a proporcionarles a estos individuos un ambiente propicio, especialmente en lo que se refiere a su alimentación, para que expresen su capacidad. Lo primero que hace un animal sub alimentado es no reproducirse. Al inicio de su vida reproductiva como productiva, pueden muy bien presentar números halagadores, pero que en corto tiempo cesan, obteniéndose de ellos sólo un becerro cada dos años; o en el mejor de los casos, dos cada tres años. Asimismo pueden producirse menos kilos de leche o de carne por animal. Comprometiendo de paso el esfuerzo dirigido hacia la eficiencia de la tierra (Kgs. de leche/carne/has.).
            Después de todo; o a manera de sumar en este artículo otras realidades agrotécnicas, veamos que, los bovinos adultos pueden producir hasta cerca de 24 kilos de heces y 18 litros de orina diariamente. Esta realidad nos dice que, el retorno de material orgánico y de nitrógeno que estos elementos aportan al suelo, sobre todo si concentramos una cantidad de animales en una superficie cuyo pasto tenga la cantidad de materia seca adecuada, y, por un período corto de ocupación, proporcionará en el tiempo pastos de alta calidad, debido a su constitución de suelo fértil y vivo.
Esto naturalmente se corresponde con un proceso que requiere de una racionalidad compatible con el manejo de los pastos; tomando en cuenta su fisiología de crecimiento y el de las reservas necesarias para ello, contenidas en el tallo y las raíces; para que en ese suelo se desarrollen los micro y macro organismos encargados de procesar el material orgánico a ser convertido en materia orgánica que pueda ser absorbida por las plantas. Esto sucede varias veces durante el año, permitiéndole a los pastos un rebrote después de cada corte o pastoreo. El Dr. Voisin describió como “planta pratense” a las hierbas que tienen esta capacidad.
            Otro factor a considerar en toda explotación, son las llamadas “malezas; hierbas dañinas que vegetan entre las plantas cultivadas. Es decir, plantas asociadas al cultivo, y que compiten por espacio, luz y nutrientes.” Fue entonces, a partir de haberse visto la necesidad de combatir esa aspereza, y la agricultura de insumos comenzó a dominar, cuando la neutralidad de interpretación fue rota y surgieron entonces los controles químicos, mecánicos, etc, sin ningún otro criterio que el de eliminar la competencia; pero sin advertir desde luego, la necesidad de cuidar los suelos y no contaminarlos, a sabiendas de que un control mecánico estratégico, por ejemplo, de estas plantas acompañantes, es un menester necesario, sin que por ello se tenga que eliminarlas totalmente. Éstas son muchas veces ingeridas por los animales para “aderezar” su menú y hasta utilizarlas como “medicina” para algunos males.
            Después de todo, pareciera que el objetivo es ganar dinero, no importa quién lo pague.

El hombre y el universo - Manuel Martínez Acuña

A p u n t e s

El hombre y el universo

Manuel Martínez Acuña

El origen de la vida en nuestro planeta, su edad cosmogónica. Preguntas y respuestas sobre las relaciones suprasensibles formuladas por el hombre a través de la fe y la razón, y, todo cuánto se ha planteado desde la más remota antigüedad, configuran el tema central del nuevo ensayo de Guillermo Ferrer, editado por Parra Editores C.A. (Paedica); folleto este todavía oloroso a páginas recién impresas. Y, que a mi juicio, es la profundización juzgada de su otro ensayo anterior titulado “Dios y hombre”, de históricas lejanías humosas y ecuaciones dogmáticas. Mas, en ese mundo secreto, oscuro e hipotético, donde el autor logra envolver tan hábilmente el devenir en hilachas de sudario, el ciclo de la vida continúa, se reanuda sin demora. Y, sin teologías dogmáticas, ni resurrecciones de Pascuas Floridas, hace que se entienda la psique, o si se quiere, la conciencia, como la máxima representante de la razón natural, entre la religión y la fe. Entre el Dios de Torquemada y el Dios de los filósofos.
Acaso por su urgencia de reconciliar la verdad con la expresión artística de la belleza (la cual cultiva celosamente), Guillermo Ferrer dice en la página número 18 –entre otras duras críticas - lo siguiente: “Si las religiones primitivas eran hijas del temor, la religión griega, o más exactamente, la mitología, nace del himeneo de la razón con la poesía, que sin duda es la esencia del milagro griego”. Y, agrega: “Grecia, a diferencia de las grandes civilizaciones mesopotámica y egipcia, descubre al hombre. El universo deviene en formas antropomórficas, dominio ilimitado de especulaciones para el arte plástico, lírico o dramático. ...Así el poder creador será personificado por Apolo, la inteligencia por Atenea, la inteligencia lírica por Dionisios, la sensibilidad por Afrodita, el instinto de la guerra por Ares, el genio del intercambio por Hermes.”
Tan estirado como una letanía, el ensayo sigue la vida de estas creaturas helénicas, con el interés de situarse mentalmente en el seno de una revolución; de hacerse un poco dueño del mundo, hacia algo que permita una sociedad nueva y capaz de pensar por sí misma, dilucidando la idea, el misterio de las más antiguas contradicciones que sobre la creación y la evolución pasan y vuelven a pasar sin percatarse del oscurantismo medieval que los precede; sin que se mire detrás de los cuadros o, debajo de las alfombras. No puede uno bañarse dos veces en el mismo río, como nos lo lega Heráclito, y como lo dice al respecto el propio autor, parafraseando al filósofo griego, y significando a su vez que, todo ha estado constantemente fluyendo, siempre cambiando. “Especie de fuego vivo que se abrillanta y se apaga.“
En este trabajo Ferrer habla de lo que entiende. Lejos de pretender ser un filósofo, echa a correr el día sobre la noche esperando lo peor, como en los tiempos de la Edad Media. Golpeado por los latidos internos de su consciencia, sin barreras de miedo ni silencios ambiguos, acaba por sacar postreros perfumes de las hojas caídas de la Inquisición. Por perseguir verdades estupefactas, citando textos bíblicos, recordando tal vez lecturas de adolescente. Para darle al mundo, con Galileo y Copérnico, “una visión real y verdadera acerca del puesto que la Tierra y el hombre ocupan en el Universo”. Y, pronunciando palabras jamás esperadas, inadmisibles, llenas de enojosas confesiones para los píos, se pone a la oscura espera de algo que devuelva al diapasón humano el tono del razonamiento, el juego dialéctico de la vida.
Además de este volumen que, bien vale la pena leer, Guillermo me entregó otro ensayo más publicado al mismo tiempo, con el título de “El canto de los alcaravanes”, cuyos comentarios posteriores haré en alguna otra entrega de estos apuntes, después de leer su texto. Y que dicho sea de paso, viene a sumar el título 60 o más de su obra científica y literaria, realizada.

jueves, 4 de agosto de 2011

Historia sin archivos - Manuel Martínez Acuña

Historia sin archivos

Manuel Martínez Acuña
                                        
Los brutales enfrentamientos que paso a paso registra la historia de la conquista de América, entre los invasores europeos y los naturales enraizados en el suelo aborigen, dejaron al otro extremo del vértigo y el descomedimiento, lo que pudiéramos llamar, en la diversidad del tiempo, la segunda América. Después, una savia de mar océano asciende entre el follaje y las flores, colores y olores del trópico ingenuo, y que luego abraza y anima a medio universo: la lengua española. Que ya no es mancilla. Que altivamente reivindica casi todo lo que de resentido pudiera haber quedado bajo la cruenta e inhumana aventura del drama.
Esta fuerza, y la que sigue de la historia de 1492 a 1992, fue fríamente revisada y conceptualizada por el periódico madrileño “El País”, y escrita bajo la dirección de John H. Elliott, con motivo de cumplirse los 500 años del “descubrimiento”. Tema que por supuesto está referido a la primera América destruida, y la que después empieza a surgir de entre sus escombros, y de una relación continua hispano-indio. Pero lo especial de todo lo constituye uno de los artículos aparecidos en la Revista del Centro Gallego de Maracaibo, correspondiente al mes de agosto de 1992, con el título: “Encuentro de dos Culturas Médicas en el Período Hispánico”. Un formidable ensayo escrito por el ya fallecido y amigo, Dr. Humberto Gutiérrez, expresidente del Centro Zuliano de Historia de la Medicina, quien pone en evidencia una cultura médica americana anterior a la conquista, basada en el conocimiento del aborigen americano, aplicado a las propiedades medicinales de las plantas autóctonas, muchas de ellas desconocidas por los médicos españoles que acompañaron a los conquistadores; como por ejemplo la quina, el canelo, el cacao, el tabaco y la coca, entre otras especies vegetales.
Dice el doctor Gutiérrez, al respecto: “El hombre de América, al igual que su congénere del viejo mundo, utilizó con fines curativos numerosos productos y tejidos animales, que asociaban a sus rituales simbólicos y supersticiosos; situación ésta que se mantiene en algunos grupos indígenas sobrevivientes.” Y, en otra parte, agrega: “En todas estas tribus, en mayor o menor grado de desarrollo o perfeccionamiento, los primeros médicos llegados a estas regiones encontraron conocimientos y prácticas de medicina que, eran casi un privilegio de los hechiceros nativos”.
Desde luego, así como el aceite apaga la cal y aviva el fuego, el proceso de transculturación también se dejó sentir -como es deducible-, entre los conquistadores y colonos europeos; por lo que “encontraron” y “llevaron” de la cultura ultramarina. Especialmente de la azteca, inca y maya, y no exclusivamente entre los amerindios, ni en forma tan desprendida como lo apunta Fray Diego de Landa en sus crónicas hacia 1576 (en su relación de las cosas de Yucatán, México), textualmente como sigue: “No han perdido sino ganado mucho (los indios) con la ida de la nación española, aun en lo que es menos, aunque es mucho, acrecentándoseles muchas cosas de las cuales han de venir, andando los tiempos, a gozar por fuerza, y ya comienzan a gozar y usar muchas de ellas. (...) Hay muchas y hermosas vacas, puercos muchos, carneros, ovejas cabras y de nuestros perros que merecen su servicio, y que con ellos se ha, en las Indias, hecho contarlos entre las cosas provechosas. (...) Gallinas y palomas, naranjas limas, cidras, parras, granadas, higos, guayabos y dátiles, plátanos, melones y las demás legumbres (...). El uso de la moneda y de otras muchas cosas de España, que aunque los indios habían pasado y podido pasar sin ellas, viven sin comparación con ellas como más hombres’’.
Sin que todo lo escrito por el religioso permita descifrar la verdad en lo que está en la entraña misma de las cosas, cuenta la historia que, ya en 1619, se hallaban en las praderas de Suramérica aproximadamente 48 millones de reses salvajes; es decir, tantas, como búfalos indígenas en las llanuras de Norteamérica; capaces de haber alterado desde entonces el ecosistema, desde Nueva Escocia hasta las sabanas de la Patagonia. Y, posiblemente, hasta llevar a la extinción a algunas y diversas especies autóctonas, que no pudieron sobrevivir a los cambios. Es decir, que habían evolucionado sin defensas contra las enfermedades desconocidas hasta entonces, incluyendo hasta el nativo aborigen, quien fuera víctima también de virus y gérmenes comunes de Europa y África, como el sarampión, la tuberculosis, la viruela y la gripe, extendidos inconscientemente por todo el continente silvestre.
De ahí que, la parte sin archivo de la historia hispanoamericana, sea el otro extremo en donde se ha desarrollado la mayoría de las interacciones inferidas del proceso, con todo lo que antes era potencialmente extraño.