jueves, 24 de noviembre de 2011

ARTE, O BARBARIE MANUEL MARTÍNEZ ACUÑA


ARTE, O BARBARIE
    MANUEL MARTÍNEZ ACUÑA

En efecto; y como forma de insistir un poco más sobre el tema de las corridas de toros, y, de su línea de conceptos confrontados, me voy a permitir ahora tomar un diálogo entre dos personajes de mi novela “BAÚLES DE MONASTERIO”, Huamán y el camionero Itxaso, Pág. 220, buscando con ello ampliar los criterios que pugnan en torno a un acontecimiento que ha despertado inquietudes integradoras de los valores humanos, desatado polémicas religiosas e, intentado prohibiciones de todo tipo, como un drama que demanda razones entre las fuerzas del bien y del mal.
Veamos entonces lo que dicen estos dos personajes, Huamán y el camionero filósofo, Itxaso, sobre las corridas de toros y las peleas de gallos, marcando en pocas palabras la diferencia que existe entre el método de infligir dolor a través de la oblicuidad promocional, y la forma estética que toma el arte, para darle tonalidad noble a los sentimientos del hombre:

 Huamán le miró en aquel momento con una fresca sonrisa en los labios, y actuó como si sólo se tratara de elegir entre los gallos y la soya, o, como el político que busca la manera de salir del paso sin poner a prueba sus propias convicciones, ni tampoco la sensibilidad de su interlocutor.
Ahora estoy completamente convencido (dijo), que lo que yo quiero es trabajar un akatahu (pedacito de tierra) y, buscar la manera de estudiar una carrera. La pelea de gallos no me interesa; porque veo que hay una buena parte de crueldad en ese juego.
Y, si es cierto que esa lucha se da entre animales de la misma especie; y, que hay también normas que regulan las peleas mediante el pesaje de los ejemplares y la medición de las espuelas, buscando el equilibrio del combate, también es cierto que es un deporte identificado con el dinero fácil. Por lo que le ruego me perdone por no estar de acuerdo con ese juego, al que usted le ata cabos de hilos multicolores.
Está bien (le replicó Itxaso), casi disuadido ya de su empeño particular de asociarlo a esos intereses.
Pero, ¿qué me dices entonces de las corridas de toros, donde el homo
sapiens se crece ante la víctima irracional, precedido de ese rimbombante etiquetado de fiesta brava, o de arte taurino; cuando en realidad no son otra cosa que la oblicuidad de la tortura, el método de infligir dolor, clavar banderillas, hincar lanzas a mampuesto a un animal que no enviste realmente al torero, sino al color alucinado y alucinante de una muleta?
En otras palabras, las corridas de toros son una monstruosa dispensa;
el sádico privilegio de sacar a un animal fuera de sus límites naturales, para ser muerto de mil maneras inteligentes y estudiadas, antes de la estocada fatal. Y, todo con el beneplácito de la afición o de una parte de la sociedad, que, no pudiendo imaginarse así misma sino victoriosa y triunfante siempre, se olvida del bienestar común.
¡Bien dicho! Eso era lo que yo esperaba escuchar alguna vez, acerca de ese crimen institucionalizado de las corridas de toros; sobre todo con la convicción conque usted lo ha hecho. Lo felicito. (Replicó Huamán evidentemente aliviado).
Yo no he ido a ninguna de esas fiestas (prosiguió); pero tampoco ignoro la tortura que allí se inflige sólo por dinero y diversión.
Todos los animales deberían ser tratados de manera digna, por simple deducción.
Al igual que a la flora amazónica que, dicho sea de paso -si la dejamos ir como va-, no sólo nos quedaremos solos con nuestra propia especie (sin la maravillosa compañía de la fauna y la vegetación silvestres), sino que el mundo mismo se vería en problemas de habitabilidad.
Pues, escasearía el agua, los alimentos, la lluvia; hasta la constante vital del oxígeno. Y, se extendería el desierto, el hambre, el efecto invernadero; entre otras calamidades que darían al traste con la vida misma del el planeta.

                                    Apuntes21@gmail.com         

sábado, 22 de octubre de 2011

EUFEMISMOS DEL SILENCIO - Manuel Martínez Acuña

EUFEMISMOS DEL SILENCIO

Manuel Martínez Acuña 
                                
         Según Aristóteles, las cosas se diferencian en lo que se parecen. Algo por lo que muchos llegamos a pelearnos de la manera más torpe y, hasta deshonesta. Vale decir, por lo mismo que en ocasiones defendemos. De ahí que el origen de la filosofía –a juzgar por Epicteto-, esté en percatarse de la debilidad e impotencia del hombre. Reflexiones estas dentro de las cuales puede inferirse que, la diferencia que de hecho existe entre la “locución” y el “silencio”, es la que sigue el mismo esquema del parecido, en cuanto a que ni una ni otro se contradicen. Razón por la que pretendemos sacar de tales contrastes y parecidos, algunas consideraciones prácticas, tomando al hombre como el aposento de la palabra y el remiso del silencio.
        Si todo esto es así, realmente, ¿por qué no escuchar entonces la voz del silencio”?. ¿Por qué no darse cuenta de su sabia elocuencia? ¿Por qué no oír su coro, definir su dimensión o, interpretar su orden hermenéutico; mientras las palabras hablan por su lado con las potencias de la retórica?.
Al contrario de como se revelan las carencias del hombre por sus palabras, el silencio posee la capacidad de decir más en lo que calla que en lo que declara. De ahí que, permanecer en silencio ante una situación de desaguisado verbal, o malsonante, acaso sirva como para invocar la tarea que todo ser social debe llevar a cabo, antes de que se llegue a individualizar una situación difícil, entre doctrinas y amigos.
Como también hay que decir, que, suavizar los alcances de un diálogo, no equivale a puntualizar que todo eufemismo sea puerto natural del fingimiento, si es que en tal caso sólo se trata de cuidar la línea del honor ajeno. Lo que contrariamente sería una fórmula dura y chocante, conque a veces la verdad ofende.
        Sin embargo, tal forma de ver las cosas -apelando a los complementos del discernimiento-, talvez pueda ayudar a comprender mejor el mundo que se transparenta detrás del hombre. Callar, no tiene porqué ser una muestra peyorativa. Ni tampoco una aprobación tácita. Y, si en ocasiones puede indistintamente revelar una u otra cosa, lo fundamental del silencio está en la filosofía de la tolerancia y, no en la incertidumbre.
        Una actitud de silencio no es un asomo de incapacidad, ni mucho menos una cobardía propia de débiles. Pone al contrario -igual que el eufemismo-, una particular energía en toda noble intención de distanciar la crudeza de no impedir que otros lleguen a poder afirmar su natural personalidad, en razón de sus lógicas; antes que lanzar de buenas a primeras la casi siempre convencional y temida verdad.
Cuando el silencio se vuelve vacío de todo sonido; lo suficientemente reposado como para poder oírse así mismo, una voz parece venir entonces de nuestro interior a decirnos: “porque me conozco ahora, puedo conocerte en este momento.”
        Hasta en la música, la pausa es el silencio creador; el tiempo de identidad del sujeto con la cosa. O, más precisamente, el soporte o el preludio en el camino hacia el tiempo del  allegro, del andante, del minué o, scherzo, en donde todo tiene que dejar de ser impulso, para tornarse en una dorada sinfonía en movimiento. Por ejemplo, las cuatro estaciones de Vivaldi.
        Por decir lo menos, qué bueno sería abrir la senda; concertar la paciencia del silencio, para poder servirse hoy de la propia razón, en esta larga noche borrascosa de guerras, delirios, desatinos, injusticias e impunidades, que por desgracia turba la paz del mundo.

jueves, 13 de octubre de 2011

BAULES DE MONASTERIO - Comentario de Camilo Balza Donatti


MANUEL MARTINEZ ACUÑA

BAULES DE MONASTERIO

Desde el Zulia, y sobre un escenario de claridades y penumbras, Manuel Martínez Acuña teje una red de íconos vegetales,  una novela difícil de imaginar concebida desde ángulo tan lejano y opuesto al quehacer y al vivir zulianos.  Pero así son los espejos de la narratología y del poema.

Al intuir el personaje de una determinada narración, el escritor debe ubicarlo dentro de un escenario donde tendrá lugar la acción.  Este escenario puede ser breve, pues un testimonio narrativo puede nacer y  concluir en una celda, en un dormitorio.  De la brevedad, según la trama y las circunstancias, el discurso narrativo puede abarcar otros escenarios que de alguna manera deberán mantener relaciones con el primer entorno.

Martínez Acuña crea una montaña por cuyos baches baja un atardecer.  Esa montaña puede estar en algún lugar de la Guayana inmensa, pues, ya estaba hecha, y vinieron los personajes y las circunstancias a ocuparla. Por otra parte, existen, dentro de la dilatada dimensión geográfica de nuestro país, muchas ruinas de pueblos, templos y conventos, por donde pasó la misión pedagógica de los religiosos de otros días.  Es el primer esquema histórico de la narración.  Los religiosos fundaron muchos pueblos que aún existen, muchos de ellos convertidos en ciudades; fue una labor prolongada, lenta, pedagógica, que llevó la nueva religión a los infieles.

Baúles de Monasterio es el título de la novela de Martínez Acuña, primera incursión por los entornos de la narrativa.  Los escenarios son disímiles y convergentes a la vez.  La doctora Cyrila Palma y su sobrina  Cossette, ahora bajo los nombres de Ágata y Sibila, ven transcurrir su existencia durante veinte años en un monasterio abandonado, pero donde aún se conservan tejas, pisos, paredes, baúles con libros y lencería, baúles con mucho dinero, dejados allí a la intemperie.  Escenario pequeño y demasiado amplio para dos seres abandonados a su suerte, dentro de un espacio temporal demasiado  largo, veinte años de  monólogos, silencios y diálogos.  Casi todo el espacio narrativo de la novela abarca esta temporalidad.

Ahora, ¿cuánto tiempo había transcurrido desde la llegada de la protagonista a aquel sitio, hasta el capítulo tercero de la narración? Sibila era sobrina de Ágata, pero pasa a ser su hija por las circunstancias, y para que ese fenómeno acaezca, tuvo que quedar en sus manos siendo muy niña, y ya en el capítulo tercero es una adolescente. “Para entonces se operaba en Sibila esa transformación que colorea e incendia el mundo psicológico del adolescente…” (M.A. 2009, 28).  Hay un espacio temporal, por lo menos de diez  años, perdido entre las ruinas de la abadía  abandonada.


Podríamos decir que el tiempo y el esplendor humano hicieron un espejo de aquellas ruinas colocadas sobre la voz de un cerro donde se acunaban los atardeceres nostálgicos.  Es el primer escenario, que lógicamente está ubicado en un sitio impreciso del pedazo de Amazonia que tenemos en el territorio nacional.  Cerca está otro escenario, donde se había refugiado el periodista Basilio Nalón, editor del diario “El Reloj”,  por supuesto delito de vilipendio contra el Presidente de la República. Ese sitio fue  un castillo abandonado, llamado de los Canterville, unos kilómetros más allá del monasterio; y más allá del castillo, un pantano; después la ciudad. ¿Y el pueblo dónde Elías tenía su bodega? Dónde estaba.  Se  menciona una ciudad más allá del pantano.  Suponemos que el juicio de Basilio Nalón se llevó a cabo  en la capital, puesto que Conssette, en el tránsito de la defensa de éste, fue al Palacio Presidencial y habló con el Presidente   para prevenirlo  de lo que sobre él podría saberse.

El juicio concluye, y Basilio Nalón y Cossette, la verdadera abogada, contraen matrimonio. Durante  suceden todos estos acontecimientos, Huamán, el indio yanomami, amigo de Ágata, Sibila y Basilio, quien era el mensajero de la carta, se quedó a la deriva en el pueblo donde  Elías tenía su bodega.  Resuelve irse a Santa Elena de Uairén, polo opuesto de donde se encontraba, para dirigirse después a Manaos, más cercano al sitio donde se presume estaba el pueblo.  Después de sus aventuras gallísticas, amorosas y como cultivador y vendedor de soya, regresa al pueblo, donde se informa del secuestro de Cossette, la Sibila que él conoce y de quien estaba enamorado desde su incursión por las ruinas del monasterio. Hay escenarios reales e imaginarios, pero ubicados dentro de un continente donde juega su papel la integridad nacional.

Hay en la novela tres personajes redondos, de acuerdo con la clasificación de Edward  Morgan Forster:  Ágata, Sibila y Huamán.  Los demás son personajes planos muy significativos. Cossette Jubair (la abogada), Basilio Nalón, Ben Jubair, el Padre   Ollosa Humala,  Elías Ferrebús, Lyton  Paniagua.  Los demás son personajes transitorios, de una  aparición fugaz, necesarios en un momento dado y en circunstancias especiales.

Al final de la narración, Huamán regresa al pueblo y se entera del secuestro de Cossette.  El no debería saber que se llama así, pues la conoció por Sibila, y desde que salió del convento abandonado como mensajero de la carta para Basilio, no volvió a verla.    En charla con Lyton, en  su heredad, cerca de Santa Elena, éste le pregunta: “Y, de los cuentos sobre el descubrimiento de una princesa azul llamada Sibila?” (M.A. 2009, 248).

Al enterarse del secuestro inicia el pespunteo de la madeja. Busca a Elías Ferrebús, el bodeguero, cómplice del cura parroquial y del Cardenal Ollarves, y a través de su confesión logra descubrir la trama de los acontecimientos. Va al castillo, rescata a la muchacha para dirigirse con ella a las ruinas del viejo monasterio, para iniciar después la odisea del viaje hacia su tierra de origen, que supuestamente, estaba un poquito más allá.

El estado Amazonas, que en parte es el escenario de la novela, es un amplio escenario geográfico donde imperan la vegetación y el agua. Lo atraviesa el Orinoco, que desde La Neblina y el Cerro de la Bandera, se viene, delgado y sigiloso, repartiendo y recibiendo caudales para su largo viaje hasta el mar.  Hacia esas vertientes se enrumba el camino de los dos protagonistas amantes, hacia el origen, hacia el mito.  Huamán desaparece, pero, como en el caso de Marcos Vargas, es substituido por el hijo que Cossette lleva en su vientre. La supervivencia de la raza y del ser.

Consideramos complejos los significantes de esta novela. Primeramente la existencia de un territorio virgen, que es el refugio de algunas etnias para sobrevivir después del acoso de nuestros conquistadores.  Tienen allí más de quinientos años como residentes y protagonistas de una vida inútil.  Territorio, que por algunas demarcaciones sabemos que existe, pero no lo que sucede  en sus entornos.  Un tesoro, oculto durante tantos  años en un monasterio abandonado, es el símbolo de esa riqueza: agua, madera, piedra, fibra, toda una naturaleza desbordada que los venezolanos y sus gobernantes han visto con desprecio. La última expedición científica en tales territorios, y de la que tengamos información, fue a comienzos de la década de los años 50, para descubrir las fuentes del río Orinoco, encomendada al General Rísquez Iribarren.  Sus resultados fueron positivos, pero las aguas continuaron su curso hacia la nada y el gran territorio verde continuó impasible sus vigilias.

  Otro aspecto de la novela: El religioso.  Se denuncia la existencia y actuación deliberada de empresas extranjeras, específicamente norteamericanas, bajo el nombre de Nuevas Tribus, para la nueva evangelización del territorio, con otdro idioma, otros métodos de explotación y de transporte. Y a su lado, la Iglesia Católica, con sus apetencias económicas frente a los principios morales y violación de derechos de personas indefensas.  Sus poderes y componendas con los gobiernos de turno.

  Otro escenario: Los gobiernos que se turnan, supuestamente democráticos, pero penetrados hasta la médula por los actos ilícitos: peculado, robo, malversación, inmoralidades, que colmaron, durante la segunda  mitad del pasado siglo, la capacidad de resistencia moral de los venezolanos. Los gobiernos contra la libre expresión, juicios a los periodistas por supuestos delitos de vilipendio y al mismo tiempo la declinación de dichos juicios por ser ciertos los tales vilipendios.  La incapacidad de un poder judicial minimizado, penetrado por la turbulencia y sujeto a toques de escritorio.

  Mientras todo esto continúa sucediéndose, dos prófugos, un indígena y una niña blanca, auto-liberados de un secuestro, reparten su amor sobre las aguas, se hunden en la muerte de las aguas, y logran la supervivencia de un nuevo mestizaje, para la continuidad de una pobre historia: la de Venezuela.  Un dolor sepultado en los territorios verdes.


Camilo Balza Donatti

martes, 27 de septiembre de 2011

EL RUISEÑOR Y LA ROSA - Manuel Martínez Acuña


“EL RUISEÑOR Y LA ROSA”

                                                                                                                            Manuel Martínez Acuña
                               
             Nunca leí algo así tan fascinante. Ni hubo una primera razón en la que el materialismo histórico pudiera tener tanta relación con la vida y los fenómenos sensibles del amor; como para que Oscar Wilde lo considerara -entre las complejidades culturales-, algo semejante a un espejo de plata y vidrio a la vez, en “El Ruiseñor y la Rosa.” En el cuento, el comportamiento humano se pone tan por encima de la naturaleza de las cosas que, aún después de ser sublimizado el amor por la muerte del ruiseñor, sólo queda una espina ensangrentada en la arboleda, y una rosa pisada en el camino.
         “Dijo ella (la hija del profesor) que bailaría conmigo si le llevaba unas rosas rojas.” Así comienza este conmovedor relato, moviéndose entre la sombra azul de la pasión y el infortunio de una desilusión. Lo que al final termina con un desplante inusitado, entre las sedas de un carrete.  
         Como nada de lo que se sabe de la naturaleza humana nos hace imaginar un cambio psicosomático importante, la única evolución que conocemos hasta hoy, es la encaminada al individualismo. Pero, como lo que es cierto para el Arte lo es también para la vida, veamos cómo Wilde revela su vitalidad artística una vez más, dándole biografía a una rosa y, personalidad a un ruiseñor, a través de un estudiante enamorado. Cuento que, como toda utopía, también tiene su germen de verdad.
         El mundo y la historia –se decía el joven- parecen ser el fruto de muchos errores juntos. Si no fuese así –continuó-, por qué entonces la felicidad puede depender de las cosas más insignificantes, en las que a menudo se funda. Por qué tengo que sentirme tan desdichado, sólo porque no hay una sola rosa roja en mi jardín, que cumpla con los deseos de mi adorada; que ha prometido bailar conmigo en la fiesta que dará el príncipe esta noche, si le llevo una rosa roja como prueba de amor. 
         El joven trata entonces de imponer su punto de vista subjetivo. Tendido sobre el césped, y, en voz alta y a solas como si estuviera ensayando el personaje de una obra dramática, exclama: “He leído todo cuanto han escrito los sabios, poseo todos los secretos de la Filosofía y, tengo que sentirme desdichado por falta de una rosa roja.” Con lo que llamó la atención de un ruiseñor que, posado entre las ramas de una encina, trasladaba sonidos musicales a ideas literarias, con su canto de luna amanecida.
         “He aquí por fin el verdadero enamorado -se dijo el ruiseñor-.” Y tomándose cierto grado de libertad de acción, recorrió uno a uno los jardines del principado, en busca de una rosa roja que hiciera progresar la relación del estudiante con su adorada. Pero, habiendo regresado al jardín del enamorado, sin éxito alguno, el jardín le sugiere apelar al valor del sacrificio sublimando el absurdo, con un acto de abnegación inspirado por el amor. Es decir, que  cantara y cantara sin descanso esa noche con su corazón pegado a una espina de la encina, hasta que ensanchado su pecho al extremo, la espina pudiera penetrar en su corazón; de cuya sangre nacería la rosa roja. Y, así, como dando forma intelectiva a sus instintos, el ruiseñor cantó y cantó y cantó, hasta que su canto exhaló su última partitura musical. Y de la muerte floreció la rosa.
         “Qué maravillosa obra de la suerte, exclamó” el estudiante, sin pensar en que el bien no puede fundarse en un dios suicida. Sin advertir que algo distinto de lo que se cree de la suerte, puede suceder en un mundo de ilusiones y de modelos sublimes, acaso inventados por el hombre. Y, con un gesto de orgulloso triunfo, se dispuso ir a casa de la hija del profesor, a llevarle la rosa. Pero, como la fidelidad es un fundamento problemático del amor, en el que todo varía según la consistencia de las motivaciones, esta vez la hermosa doncella recibió fríamente al flamante enamorado, con estas palabras: “Temo que esta rosa no case con mi vestido. Y además, el sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad, y todos saben que las joyas cuestan más que las flores. No creo que tengáis tampoco hebillas de plata en los zapatos, como las del sobrino del chambelán”   
         Dominado por el desencanto, el estudiante sólo atinó a decirle: “a fe mía que sois una ingrata.” Y, ya de regreso a su habitación, murmuraba, “¡Qué tontería es el amor!; habla siempre de cosas que no sucederán. Voy a volver a la Filosofía, y al estudio de la Metafísica.”
         Así termina el cuento del ruiseñor y la rosa, lanzado como un patético mensaje hacia lo lejano o lo próximo, por Wilde, para que aquello que nos haya parecido surrealismo, pueda ser creído más tarde por quienes lo van a leer.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Antes y después de Diana.- Manuel Martínez Acuña

Antes y después de Diana 
         
                                                                                                                           Manuel Martínez Acuña

      A escasos días de haberse cumplido otro aniversario más de la muerte de la princesa Diana, queremos hacer memoria de aquella especie de adversidad general que produjo su inesperada desaparición física; y recordar al mismo tiempo lo que fueron su voluntad de vivir, sus amores paradojales desde su matrimonio con el príncipe de Gales (tardío rey de la Gran Bretaña), y, la búsqueda frustrada de su felicitad; todo contrastando con sus cualidades singulares puestas siempre de manifiesto a través del rechazo tácito a todo lo que la sociedad asume de manera inauténtica e hipócrita .
      Fue en Caracas, en una tertulia literaria que se realizaba en casa de nuestro inolvidable sobrino, el historiador Vinicio Romero Martínez y su esposa, la escritora Carmen Mercedes, en donde se habló del tema. Es decir, del oscuro accidente de Lady Di. Sirviendo desde luego como asunto o materia a tratar, el crudo y valiente testimonio; la atrevida u osada confesión de la princesa -profusamente divulgada-, sobre sus amores extramaritales. Lo cual hizo obvio, o casi inevitable, la siguiente intervención de Carmen Mercedes, como respuesta a la pregunta que al respecto le hiciéramos, sobre el alcance que tal hecho pudiera tener en el campo de la salud moral, si no se le llegara a atribuir carácter contrario a la virtud y a las buenas costumbres. Tío,  repuso de inmediato, y con la habitual prolijidad de su estilo, esto que sigue: Los grupos feministas del mundo, aún no han podido visualizar la importancia o trascendencia que tienen las palabras de la princesa Diana de Inglaterra, al declarar a voces que ella mantuvo relaciones extramaritales antes de separarse legalmente de su esposo, el príncipe Carlos, heredero de la corona.
      Hizo una breve pausa y, continuó: Desde el principio de los siglos; desde el momento mismo en que Eva probó la fruta prohibida, la mujer viene cargando con la marca del sexo. Una empapelada milenaria que, a pesar de todos los avances y cambios integracionistas alcanzados por la humanidad, no ha podido quitarse de encima.
Tanto es así que, por ejemplo, cuando se hace referencia del hombre que practica el sexo con diferentes mujeres, se le denomina promiscuo. Y, si además se trata de una figura importante de la política, entonces el calificativo se le suaviza decorosamente con la nota de relaciones impropias. Mientras que a la mujer se le endosa de plano la palabra prostituta, que por supuesto la convierte en una costra de la sociedad.
Y qué no decir también de los millares de mujeres en el mundo, que han sido enterradas vivas, apedreadas,  vejadas y martirizadas, simplemente por presumírseles el adulterio, a través de injustas e insidiosas aprensiones dogmáticas.
      Y, así fuimos las mujeres (continúa Carmen Mercedes), cargando a través de los siglos, con esas y otras muchas más discriminaciones a cuestas. Pero la del sexo ha sido la peor de todas. Dándose el caso de rechazarse, de forma pública y humillante, a la mujer que no llegase virgen al lecho nupcial.
No obstante; -y, porque no hay nada tan ilícito como tratar de empequeñecer o disminuir con manías y cegueras, la realidad-, ya para finales del siglo XIX o a principios del XX, salen al encuentro nuevos valores sociales. Nacen los movimientos feministas, que, en constante lucha contrapuesta a la retórica regida por las religiones, han ido deslastrando poco a poco la mala imagen de la mujer, descosiéndola de esos atavismos discriminatorios; como los que limitan por ejemplo el derecho al estudio, al trabajo o al voto femenino.
En fin, el derecho a un trato igualitario. El derecho a participar y compartir fuera del “eterno femenino”. Es decir, fuera del condicionamiento económico, social e histórico, al cual quedaba rígidamente sometida la mujer. O el de dejar de ser un ente pasivo, frente a esos dioses con rostro humano, que determinan fines y destinos de la sociedad, mediante la imposición a ultranza del matrimonio decorativo.
      Y, ya para finalizar, agrega -fijando relaciones de causa a efecto-, lo siguiente: Quiero dejar bien claro que, tal cosa no significa una abierta invitación a que las mujeres practiquen el adulterio. Muy por el contrario. Es sólo el santo y seña, la conjura y la oración, para encauzar una nueva y auténtica relación de pareja, basada en la dignidad y el respeto mutuo. Y para que la mujer no siga siendo un objeto perdido en la Edad Media.
      Tal fue la interpretación emotiva, genérica, doctrinal, de Carmen Mercedes Romero (con respecto al histórico y polémico mensaje dejado por Diana), originada en el familiar espacio de una tertulia caraqueña. Donde ni siquiera el jefe de la casa, pudo añadir reticencia masculina alguna.

martes, 20 de septiembre de 2011

Motivos Literarios - Manuel Martínez Acuña

Motivos Literarios

Manuel Martínez Acuña        
      Por largo tiempo, los críticos han librado grandes batallas en torno a lo que debe ser la escala de valores, desde donde se determine la perfección del estilo tanto como la perfección de las ideas, a partir del arte y sus manifestaciones. Controversia esta que, desde luego, llega hasta considerar el uso de algunas definiciones académicas modernas, incluso la didáctica, que, según el crítico francés, Alexandre Nicolás, no resuelven los ingentes problemas del subjetivismo estético, ni el de accidentes ficticios o imaginarios, que hay que tomar en cuenta a la hora de examinar en profundidad cada poema, cada cierta originalidad de forma, entusiasmo religioso, juego de conceptos, o, agudeza de ingenio, tanto en lo referente a sus rasgos permanentes, como a sus variedades históricas.
      Es así como en ese marco de relación -del que no escapa recordar la famosa controversia entre Sarmiento y Bello sobre crítica literaria, ocurrida en Chile en 1842-, “Motivos Literarios”, de Tito Balza Santaella, que hoy presentamos a nuestros lectores, vuelve precisamente la vista a este género artístico, desde cuyas páginas se enfoca la elegancia barroca de otros tiempos, hasta lo denominativo de la neológica versión de hoy; diseccionando -a medida de una bien conformada antología poética-, la imagen cromática, el trasiego metafórico, la forma lírica de la expresión, el culteranismo y la claridad de la acción creadora. Sostenedor como ha sido Balza Santaella, de los principios clásicos del lenguaje.
      La obra es una novedad de forma y expresión, por todo lo que de manera inusitada ofrece para ilustrar la crítica y enaltecer el preciosismo poético, así como la interpretación de la crónica, configuración de portada, documentación de estampas, grabados y dibujos, y por otros relatos históricos que describe, en contacto con el mundo contemporáneo. El libro reproduce, en una casi perfecta unidad de acción, buena parte de los incidentes literarios ocurridos desde el siglo XV, como el de “Las Serranillas”, del marqués de Santillana y “Vida retirada”, de  Fray Luis de Leon. Luego “Soledades”, de Antonio Machado, “La Casita Blanca”, de Cecilio Acosta, “Silva a la Agricultura...,” de Andrés Bello, “Regreso al Mar”, de Andrés Eloy Blanco, o “Silvia”, de Hesnor Rivera; entre otros poetas y escritores que conforman el todo de la selección.   
      “Motivos Literarios” consta de 287 páginas. La obra fue metodizada por TBS, Asesorías Educativas. Diseño y portada por Nubardo Coy, e impreso en Maracaibo por Ars Gráfica, S. A., en el mes de diciembre de 2001; con un tiraje de 2000 ejemplares. Su autor -a quien su conocida pasión por la gramática le es dominante-, hace desempeñar a la literatura un papel más triunfante y revelador, que de ordinario; e igual le abre, con independencia y originalidad crítica, nuevos tópicos y otros horizontes, a todo el material literario objeto de análisis en el libro.
      Y es muy significativo a este respecto, y, a buena hora, que un filólogo como Tito Balza Santaella, plasmador de muchos y múltiples textos formulados precisamente sobre la pureza del lenguaje, se sintiera hoy comprometido con el estudio de la crítica literaria. Empresa que hoy tiene tanto que ofrecer, propensa como está la manera de expresarse en música, en pintura y en poesía, a permitir modelos adocenados o, negligentes en el vocabulario, en los matices, temas, ritmos y sonidos; y, en el sentimiento.
      Así, pues, no sorprende encontrar en este libro (sin propósito didáctico alguno), el deseo de acoger una nueva expresión artística, un nuevo mundo de imaginación y de belleza, entre la nueva generación de libros que hoy se está configurando exitosamente en Venezuela.