domingo, 5 de junio de 2011

Voces y oídos - Manuel Martínez Acuña

Apuntes
Voces y oídos
Manuel Martínez Acuña

      El arte de embellecer la vida es, posiblemente, una de las cualidades superiores que han hecho del hombre un ser incomparable, el dueño de la tierra. Pero, por contraste, este no ha sido lo suficientemente apto como para estar en armonía con las cosas y los detalles más simples de su entorno, de donde en realidad proviene tal satisfacción; si se quiere por encima de las complicaciones de otras y tantas fuerzas en juego, contrarías al precepto del amor, al éxito y, a otros valores y manifestaciones del espíritu, como fuentes de felicidad. El desperdicio de estas cualidades significa para Freud... "secuelas de satisfacciones sustitutivas. Voces a las que nos resistimos a prestar oídos".
    
      Así el hombre, acosado de contradicciones como Hamlet, solo podría esperar entonces, de su constitución, representar una minoría de los que en realidad logran hallar esa pretendida felicidad, escapada de las represiones y del carácter exclusivo del amor. Más, esta función como tal, según Freud, tendría que ser sometida antes "a vastas e imprescindibles modificaciones psíquicas", en una relación de amor y cultura. De imperativos comunes.
 
      Desde luego, poco a poco lo lejano nos vuelve a lo real. Pues en el fondo no es otra cosa lo que buscamos todos. Pero instalar hábitos en libertad, no es nada fácil. Sobre todo cuando se trata de enjuiciamientos reflexivos y de nuestra comprensión de la realidad. Eso es. Sabemos que en broma se puede decir todo, hasta la verdad. Pero llegar al momento en que hay que detenerse a pensar si se puede o no embellecer la vida, escosa que depende mucho de uno mismo. De no sustraerse a la acción de los impulsos sentimentales, capaces de abrir el corazón y movernos a comprender que la felicidad en la relación no va ligada a la posesión de los objetos, ni a la exagerada exaltación de la propia personalidad, sino más bien está en la libertad de descubrir en ellos el equilibrio, la zona de comunicación entre el "yo" y el "tú" en el amor, en la amistad, en el enojo, la tormenta o la calma. Dejar sitio para las voces y oídos de los otros. Interesarse por los demás. Franquear barreras contra el aburrimiento agresivo del sentimiento de culpa. Que acaso lleve a un modo de vida y a un entorno cada vez mejor de la sociedad humana. Y, después de todo, poder advertir a tiempo que, la felicidad no se adquiere, se edifica.

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