jueves, 4 de agosto de 2011

Historia sin archivos - Manuel Martínez Acuña

Historia sin archivos

Manuel Martínez Acuña
                                        
Los brutales enfrentamientos que paso a paso registra la historia de la conquista de América, entre los invasores europeos y los naturales enraizados en el suelo aborigen, dejaron al otro extremo del vértigo y el descomedimiento, lo que pudiéramos llamar, en la diversidad del tiempo, la segunda América. Después, una savia de mar océano asciende entre el follaje y las flores, colores y olores del trópico ingenuo, y que luego abraza y anima a medio universo: la lengua española. Que ya no es mancilla. Que altivamente reivindica casi todo lo que de resentido pudiera haber quedado bajo la cruenta e inhumana aventura del drama.
Esta fuerza, y la que sigue de la historia de 1492 a 1992, fue fríamente revisada y conceptualizada por el periódico madrileño “El País”, y escrita bajo la dirección de John H. Elliott, con motivo de cumplirse los 500 años del “descubrimiento”. Tema que por supuesto está referido a la primera América destruida, y la que después empieza a surgir de entre sus escombros, y de una relación continua hispano-indio. Pero lo especial de todo lo constituye uno de los artículos aparecidos en la Revista del Centro Gallego de Maracaibo, correspondiente al mes de agosto de 1992, con el título: “Encuentro de dos Culturas Médicas en el Período Hispánico”. Un formidable ensayo escrito por el ya fallecido y amigo, Dr. Humberto Gutiérrez, expresidente del Centro Zuliano de Historia de la Medicina, quien pone en evidencia una cultura médica americana anterior a la conquista, basada en el conocimiento del aborigen americano, aplicado a las propiedades medicinales de las plantas autóctonas, muchas de ellas desconocidas por los médicos españoles que acompañaron a los conquistadores; como por ejemplo la quina, el canelo, el cacao, el tabaco y la coca, entre otras especies vegetales.
Dice el doctor Gutiérrez, al respecto: “El hombre de América, al igual que su congénere del viejo mundo, utilizó con fines curativos numerosos productos y tejidos animales, que asociaban a sus rituales simbólicos y supersticiosos; situación ésta que se mantiene en algunos grupos indígenas sobrevivientes.” Y, en otra parte, agrega: “En todas estas tribus, en mayor o menor grado de desarrollo o perfeccionamiento, los primeros médicos llegados a estas regiones encontraron conocimientos y prácticas de medicina que, eran casi un privilegio de los hechiceros nativos”.
Desde luego, así como el aceite apaga la cal y aviva el fuego, el proceso de transculturación también se dejó sentir -como es deducible-, entre los conquistadores y colonos europeos; por lo que “encontraron” y “llevaron” de la cultura ultramarina. Especialmente de la azteca, inca y maya, y no exclusivamente entre los amerindios, ni en forma tan desprendida como lo apunta Fray Diego de Landa en sus crónicas hacia 1576 (en su relación de las cosas de Yucatán, México), textualmente como sigue: “No han perdido sino ganado mucho (los indios) con la ida de la nación española, aun en lo que es menos, aunque es mucho, acrecentándoseles muchas cosas de las cuales han de venir, andando los tiempos, a gozar por fuerza, y ya comienzan a gozar y usar muchas de ellas. (...) Hay muchas y hermosas vacas, puercos muchos, carneros, ovejas cabras y de nuestros perros que merecen su servicio, y que con ellos se ha, en las Indias, hecho contarlos entre las cosas provechosas. (...) Gallinas y palomas, naranjas limas, cidras, parras, granadas, higos, guayabos y dátiles, plátanos, melones y las demás legumbres (...). El uso de la moneda y de otras muchas cosas de España, que aunque los indios habían pasado y podido pasar sin ellas, viven sin comparación con ellas como más hombres’’.
Sin que todo lo escrito por el religioso permita descifrar la verdad en lo que está en la entraña misma de las cosas, cuenta la historia que, ya en 1619, se hallaban en las praderas de Suramérica aproximadamente 48 millones de reses salvajes; es decir, tantas, como búfalos indígenas en las llanuras de Norteamérica; capaces de haber alterado desde entonces el ecosistema, desde Nueva Escocia hasta las sabanas de la Patagonia. Y, posiblemente, hasta llevar a la extinción a algunas y diversas especies autóctonas, que no pudieron sobrevivir a los cambios. Es decir, que habían evolucionado sin defensas contra las enfermedades desconocidas hasta entonces, incluyendo hasta el nativo aborigen, quien fuera víctima también de virus y gérmenes comunes de Europa y África, como el sarampión, la tuberculosis, la viruela y la gripe, extendidos inconscientemente por todo el continente silvestre.
De ahí que, la parte sin archivo de la historia hispanoamericana, sea el otro extremo en donde se ha desarrollado la mayoría de las interacciones inferidas del proceso, con todo lo que antes era potencialmente extraño.

1 comentario:

  1. Iván Salazar Zaid5 de agosto de 2011, 9:26

    Amigo Manuel, muy interesante tu artículo. Es mucho lo que desconocemos sobre la historia cotidiana de los pueblos indígenas que se establecieron en la costa oriental del lago de entre los 12 a 14 mil años antes de la llegada de los "conquistadores" europeos, que supuestamente andaban en busqueda de nuevos mercados. El unico que nos dejó un informe muy completo sobre ellos fue el Obispo Martí en sus visitas pastorales a la Diocesis de caracas que las inició aproximadamente en 1771 y las culminó como 1785. El visitó todos los puebñlos existentes en la región y levanto un inventario poblacional, de los bienes con que contaba la iglesia, de las condiciones de vida de los indígenas, etc,etc. la información se la aportaban los curas doctrineros que establecidos en el lugar. Despues de ese informe la historia siguiente no tiene archivos. es poca la información precisa que se consigue para su estudio.
    La historia del Zulia desde la llegada de los europeos hasta el año 1824 no tiene archivos. El estado y el pueblo sin conciencia permitieron que se perdiera entre incendios, exceso de humeda, hongos y deshidratación de los documentos.
    Gracias
    Iván

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