sábado, 22 de octubre de 2011

EUFEMISMOS DEL SILENCIO - Manuel Martínez Acuña

EUFEMISMOS DEL SILENCIO

Manuel Martínez Acuña 
                                
         Según Aristóteles, las cosas se diferencian en lo que se parecen. Algo por lo que muchos llegamos a pelearnos de la manera más torpe y, hasta deshonesta. Vale decir, por lo mismo que en ocasiones defendemos. De ahí que el origen de la filosofía –a juzgar por Epicteto-, esté en percatarse de la debilidad e impotencia del hombre. Reflexiones estas dentro de las cuales puede inferirse que, la diferencia que de hecho existe entre la “locución” y el “silencio”, es la que sigue el mismo esquema del parecido, en cuanto a que ni una ni otro se contradicen. Razón por la que pretendemos sacar de tales contrastes y parecidos, algunas consideraciones prácticas, tomando al hombre como el aposento de la palabra y el remiso del silencio.
        Si todo esto es así, realmente, ¿por qué no escuchar entonces la voz del silencio”?. ¿Por qué no darse cuenta de su sabia elocuencia? ¿Por qué no oír su coro, definir su dimensión o, interpretar su orden hermenéutico; mientras las palabras hablan por su lado con las potencias de la retórica?.
Al contrario de como se revelan las carencias del hombre por sus palabras, el silencio posee la capacidad de decir más en lo que calla que en lo que declara. De ahí que, permanecer en silencio ante una situación de desaguisado verbal, o malsonante, acaso sirva como para invocar la tarea que todo ser social debe llevar a cabo, antes de que se llegue a individualizar una situación difícil, entre doctrinas y amigos.
Como también hay que decir, que, suavizar los alcances de un diálogo, no equivale a puntualizar que todo eufemismo sea puerto natural del fingimiento, si es que en tal caso sólo se trata de cuidar la línea del honor ajeno. Lo que contrariamente sería una fórmula dura y chocante, conque a veces la verdad ofende.
        Sin embargo, tal forma de ver las cosas -apelando a los complementos del discernimiento-, talvez pueda ayudar a comprender mejor el mundo que se transparenta detrás del hombre. Callar, no tiene porqué ser una muestra peyorativa. Ni tampoco una aprobación tácita. Y, si en ocasiones puede indistintamente revelar una u otra cosa, lo fundamental del silencio está en la filosofía de la tolerancia y, no en la incertidumbre.
        Una actitud de silencio no es un asomo de incapacidad, ni mucho menos una cobardía propia de débiles. Pone al contrario -igual que el eufemismo-, una particular energía en toda noble intención de distanciar la crudeza de no impedir que otros lleguen a poder afirmar su natural personalidad, en razón de sus lógicas; antes que lanzar de buenas a primeras la casi siempre convencional y temida verdad.
Cuando el silencio se vuelve vacío de todo sonido; lo suficientemente reposado como para poder oírse así mismo, una voz parece venir entonces de nuestro interior a decirnos: “porque me conozco ahora, puedo conocerte en este momento.”
        Hasta en la música, la pausa es el silencio creador; el tiempo de identidad del sujeto con la cosa. O, más precisamente, el soporte o el preludio en el camino hacia el tiempo del  allegro, del andante, del minué o, scherzo, en donde todo tiene que dejar de ser impulso, para tornarse en una dorada sinfonía en movimiento. Por ejemplo, las cuatro estaciones de Vivaldi.
        Por decir lo menos, qué bueno sería abrir la senda; concertar la paciencia del silencio, para poder servirse hoy de la propia razón, en esta larga noche borrascosa de guerras, delirios, desatinos, injusticias e impunidades, que por desgracia turba la paz del mundo.

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