DEL ESCRITOR ZULIANO
Lo que pareciera estar más cerca del escritor zuliano, y no lo está, es lo que se
dice de su ilimitado apego porfiado y tenaz, al modo de ser y a las
aspiraciones de su región; que si bien es una virtud que no anda fuera de su
natural contexto, no siempre ha sido una metáfora exacta, ni un clisé típico.
Su pluma y su discurso (viéndolo bien a través de su trayectoria
intelectual en ciencias, letras o arte), han estado siempre enmarcados, en el
orden del tiempo, dentro de una actividad que se extiende a todo el orbe del
conocimiento y del mundo físico, hasta la fantasía popular o ilusión de los
sentidos. De ahí que el escritor zuliano ofrezca un caso casi análogo al cuadro
de Las
Meninas de Velázquez (con
alusión al regionalismo), que, al mismo tiempo que pintaba un cuadro de reyes y
cortesanos, mete su propio taller en el cuadro.
Mueva a reanimar las fiestas de las luces, la creatividad y
el talento nacionales. Para reafirmar, mientras el tiempo avanza, que la verdad
ha sido siempre belleza, y la belleza ha sido siempre verdad, como lo apunta
Dennis Overbye, en “Corazones Solitarios en el Cosmos.” Y, significa, que hay una fuerza comprometida en la
región, que está actuando siempre sobre ella, sobre su naturaleza; pero que
mantiene inalterable el balance de sus expectativas.
A través de
su estilo, Maracaibo y el Zulia tienen su horizonte midiendo y volviendo a medir
estrellas de su firmamento, y matizando la piel de su burbuja cultural forjada a
la vera de su Teatro, de su Puente, sus Universidades, Museos, y de su gente. O,
aclarando su cielo, cada vez más enrojecido de sol, de pueblo cultivado.
A todos estos desempeños, el Zulia ha tenido muchos y
buenos escritores; partidarios no sólo de una concepción purista del lenguaje,
sino además devotos del arte, la ciencia y las humanidades, como Jesús Semprúm,
crítico literario y fundador del grupo “Los Mechudos”; Rafael María Baralt,
escritor, poeta, historiador, y, soldado por la independencia de Venezuela;
Francisco Ochoa, escritor y primer rector de la Universidad del Zulia; Jesús
Enrique Lossada, protagonista de la apertura de la Universidad del Zulia;
Marcial Hernández, autor de la expresión, “El Zulia entre la noche
relampaguea”; Emiliano Hernández, poeta, periodista, novelista y cronista; Atenógenes
Olivares, hijo, autor de “Siluetas Ilustres”; Eduardo López Rivas, fundador de
la Imprenta Americana y El Zulia Ilustrado, Elías Sánchez Rubio, fundador del
semanario “Ariel”; José Ramón Yépez, poeta y novelista; Ismael Urdaneta, el
poeta legionario; Ildefonso Vásquez, el príncipe del soneto; Adolfo Romero
Luengo, historiador y crítico de arte; Vinicio Romero Martínez, historiador y
poeta; y, entre muchos otros más, Adalberto Toledo.
Todos, sin duda, supieron siempre, de buena tinta, unir
a su actitud batalladora, a su manera de hablar y de pensar; o a la necesidad
extrema de testimoniar el drama social de la época, a través de su preocupación
espiritual por la verdad, por la cultura y las letras.
Fueron páginas educadoras de muchas generaciones. Por
ellas se conocieron en casi todos los países de lengua española, lo mejor del
pensamiento latinoamericano. Llegaron a deslizarse epifanías de enigmáticos
dioses en poemas como por ejemplo los de Sánchez Rubio; o en elucubraciones esotéricas
como las de Miguel Méndez Rubín.
Son muchos los motivos para pensar pues, que, a título
de los escritores del Zulia, muchas de las utopías sembradas por ellos en la
cuenta de la razón universal, se hicieron futuras realidades, pasando de lo
posible a lo verdadero en los anales del quehacer histórico.
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