sábado, 9 de julio de 2011

COMO MADURA EL TRIGO - Manuel Martínez Acuña

Como madura el trigo

Manuel Martínez Acuña 
                
      Años largos y duros, fatigas y luchas, recuerdos felices y abrumadores, desalientos y éxitos, dominaron la vida de don Pedro Albornoz. Un hombre todo imaginación, de palabra elocuente, trato afable, discrecional, y, ojos de interminables preguntas. Un hombre auténtico, hecho a la medida de las ideas que hacen posible desencuadernar la frivolidad y, dar a la vida su valor sagrado y profundo. Estuvo de niño en la cubierta de una piragua, como parte de la tripulación. De joven, en la dura soledad del campo, como un actor que se adelanta en la escena para dramatizar la llegada de la primavera, y, anunciar luego la humedad del surco, donde late el brote de la dorada espiga. Y, después de tanto sudor, arado y clima, madurar como el trigo.
       Por eso la palabra fiesta tuvo un significado muy especial, cuando celebramos sus primeras noventa mocedades. Tiempo de sol y trópico, mar y Andes; cabos de hilos multicolores como los que acendra el arco iris. Fue una fiesta de iniciación y de retorno; una manera admirable de decir al fundador de catorce nuevas familias: anda y atrapa esa estrella, la de tus propios versos, la de tus sueños; hacia esa porción incandescente de la existencia que va revelando el diálogo oculto entre el hombre y la tierra; entre la contemplación y el escepticismo. Hasta el resquicio por donde se coteja cada época humana con el momento que más apunta a lo espiritual, a la amistad decantada, al lado entrañable de la familia.          
       En este hombre de campo, rebenque y liquilique; filósofo nato, navegante, poeta y ganadero, se juntaron la naturaleza de un paisaje, una hora matinal, y lo esencial de la vida; cual es la de poder amar con voces y emociones humanas. Balance espiritual de una existencia, desde donde la paternidad responsable se hizo una devoción, un apostolado, una canción de cuna, frente a una sociedad en crisis. Lo que finalmente configuró la unidad de una gran familia de profesionales de la medicina, de las ciencias militares, económicas; de la biología marina, etc.
      Una de las principales y conocidas virtudes de este amigo, fue, la de querer dejar siempre un sitio dispuesto en la memoria, para aguardar el regreso del camarada ausente; de aquel afecto que un día se alejó sin inminencia ni adiós, en medio de las contradicciones y turbulencias del mundo. Por eso, cuando conversamos con él y alcanzamos su mensaje, nos dejó la impresión de que su incertidumbre metafísica (a menudo manifiesta), bien pudo estar más aliviada, si hubiese dedicado más tiempo a escribir versos en vez de prosa. Porque los problemas humanos no parecen tener solución en la coherencia ni en la razón, sino en la catarsis paradojal o, en la mitopoética. Donde todo se vuelve alma, como lo apunta Sábato, en “Antes del fin”.
      Así vemos pues, ese porqué resumido; ese aproximado balance espiritual de una existencia, mediante la cual don Pedro, -aspirando a poner en paz a los hombres-, no deja de insistir aún, en que el modelo de vida más cercano a la felicidad, es aquel en donde uno llega a fijar -en medio de las ambiciones humanas-, la cabal convicción personal de haber llegado a tener más que lo merecido. Acaso porque, al final, la vida se nos puede presentar vencida y superada por el envanecimiento y la soberbia.
      Más que un personaje, don Pedro es una especie de símbolo y pretexto para recordar que, si es cierto que en el universo todo tiende hacia lo mejor, nuestro mundo no tiene por qué ser diferente. Tal vez sea el hombre quien varíe de postura.

1 comentario:

  1. Yo cononocí a don Pedro muy de cerca en Mene Grande, y por eso me consta que lo que usted dice de él con ta bellas palabras, es muy cierto.
    Yo he sacado copia de su artículo para enviárselo a mis contactos.
    Lo felicito.

    ResponderEliminar

Por favor puede dejar su comentario...