domingo, 3 de julio de 2011

De la parada al coleo - Manuel Martínez Acuña

A p u n t e s

De la parada al coleo

Manuel Martínez Acuña

      Indómito, libre y aventurado, el llanero ha sido perpetuamente promesa para Venezuela, mezcla de caribes y arauacos amazónicos  y, otomacos del Orinoco. Al mismo tiempo que un portento nativista de rotundidad polifónica y trovas yaraví. Patriota y guerrero. El que no ha sido ajeno al ejemplo y reminiscencias de la gesta emancipadora. Y, de ordinario, dotado de toda clase de cualidades para enfatizar y para imaginar la solemne hondura de la patria, largamente probada por el infortunio e innumerables vicisitudes. Por tanto, nuestra tarea no es precisamente encontrarnos ahora con el hombre mítico de las llanuras, ni el tipo que lo cultiva, sino más bien dar con una de las características que más probablemente lo identifican, cual es el “coleo” de toros cimarrones, hoy convertido en deporte “rocinal” o juego de vaquerías, de mucho colorido y fuertes emociones.
      Como es sabido, y, a falta de información documentada al momento, este deporte de fiestas, ferias y rodeos, y de gran popularidad en Venezuela, si bien explica los imponderables que influyeron en su origen o partida de nacimiento, aún no se ha podido determinar el imprevisto de quién trajo al centro y resto del país esta costumbre. Tanto es así que, habiendo podido ocurrir esta practica en tiempos y demás redivivos de la colonia, algunas versiones señalan que existe por adelantado la creencia de que haya sido el propio general José Antonio Páez, bien porque éste se manejaba como el mejor y el más atrevido de los faeneros del alto llano, o bien porque en realidad se conocen al efecto unas notas epistolares cruzadas entre él y Bolívar, que tienen que ver directamente con estos desempeños.
    Las razones expuestas en cada caso de estas notas, son elocuentes, en cuanto a lo que propiamente concierne al tema central aquí abordado. Pero inevitablemente, pretextos políticos también; por aquello del número de apariencias de que están compuestas, sin dejar de tomar en cuenta, por supuesto, el instante crítico en que se dieron o fecharon. De consiguiente, parecieran haber sido ensambladas a martillazos por el tira y afloja de la lucha por el poder político de entonces, si se quiere más de un lado que del otro; además de poderse apreciar en dichas notas la marcada diferencia y calidad entre una y otra escritura. Y, que al efecto, y debido a su trascendencia, nos permitimos trasladar a continuación:
    (1) “Por cartas de Caracas y Puerto Cabello he tenido el sentimiento de saber que Ud. ha sufrido un fuerte golpe que le redujo a la cama, pero que, al fin, le ha permitido seguir a Cumaná. ¡Por Dios! querido general, cuídese Ud., cuídese, la salud de Ud. interesa a sus amigos, a Venezuela y a mí.” (Bolívar a Páez, 28/12/1827).
      (2) “Yo ya estoy perfectamente restablecido de mi golpe y de mis pasados achaques, y su honrosa insinuación me ha hecho hacer un juramento de no volver a empeñarme en juegos de esta naturaleza.” (Páez a Bolívar, 06/02/1828.
      (3) “En mi anterior dije a U. que estaba perfectamente bueno del golpe y que un consejo de U. será un precepto inviolable para mí; ahora tengo el gusto de repetírselo, y le suplico crea que no volveré a jugar con toros.” (Páez a Bolívar, 20/12/1828.
      (4) “El General Páez no volverá a colear toros; todos sus amigos le han pedido este favor, y él lo ha ofrecido; su caída no ha dejado de producir malas consecuencias.” (Miguel Peña a Bolívar, 14/02/1828.
        En cuanto al hecho mismo de que fuese Páez el primero en introducir esta tradición en el centro o en otros puntos del país, es cosa que no se ha dado por aclarar. A lo que sí se ha  llegado por evidente es, aducir que el llanero, por su naturaleza étnica y perpetua lucha contra los elementos, si sabe lo que puede una creciente, y las vueltas que da un tronco llevado por la corriente; como lo apunta en “El guariqueño sí sabe”, mi compadre Eduardo Hernández Guevara. Por su parte V. M. Ovalles, en su estudio sobre la vida, costumbres y carácter del llanero, dice: ”Hecha la “parada”, se apartaban los becerros para la hierra, o sea para ponerles marca; se recogían las vacas paridas, se castraban los toros, y se ponía aparte el ganado que se destinaba a ser vendido. Si la res, o caballo “apartado” trataba de escaparse, el llanero lo perseguía, lo enlazaba, y si no tenía soga lo “coleaba”, para reducirlo a la obediencia.” Pues la acción del llanero no cabe en un viraje de sol.
      Visto así a la brevedad el tema planteado, sólo nos corresponde agregar que, lo importante no es llegar a saber quién tiene el crédito o, acaso, el rótulo del que más cuenta con la paternidad del “coleo” en Venezuela. Su singular importancia y contingente valor histórico estarían en que, no hay ningún primer cultivador fuera de la necesidad redonda y anónima del hombre llanero, sin el grito del indio defendiendo su tierra. Y así como Homero y Virgilio cantaron al caballo de Aquiles y al de Etón, no es malo evocar hoy la historia tras la cual se ha hecho la ruda fatiga que va de la “parada” al “coleo”, de ese noble e inseparable animal, tan amigo del bravo lancero del Alto Llano.

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