martes, 9 de agosto de 2011

El hombre y el universo - Manuel Martínez Acuña

A p u n t e s

El hombre y el universo

Manuel Martínez Acuña

El origen de la vida en nuestro planeta, su edad cosmogónica. Preguntas y respuestas sobre las relaciones suprasensibles formuladas por el hombre a través de la fe y la razón, y, todo cuánto se ha planteado desde la más remota antigüedad, configuran el tema central del nuevo ensayo de Guillermo Ferrer, editado por Parra Editores C.A. (Paedica); folleto este todavía oloroso a páginas recién impresas. Y, que a mi juicio, es la profundización juzgada de su otro ensayo anterior titulado “Dios y hombre”, de históricas lejanías humosas y ecuaciones dogmáticas. Mas, en ese mundo secreto, oscuro e hipotético, donde el autor logra envolver tan hábilmente el devenir en hilachas de sudario, el ciclo de la vida continúa, se reanuda sin demora. Y, sin teologías dogmáticas, ni resurrecciones de Pascuas Floridas, hace que se entienda la psique, o si se quiere, la conciencia, como la máxima representante de la razón natural, entre la religión y la fe. Entre el Dios de Torquemada y el Dios de los filósofos.
Acaso por su urgencia de reconciliar la verdad con la expresión artística de la belleza (la cual cultiva celosamente), Guillermo Ferrer dice en la página número 18 –entre otras duras críticas - lo siguiente: “Si las religiones primitivas eran hijas del temor, la religión griega, o más exactamente, la mitología, nace del himeneo de la razón con la poesía, que sin duda es la esencia del milagro griego”. Y, agrega: “Grecia, a diferencia de las grandes civilizaciones mesopotámica y egipcia, descubre al hombre. El universo deviene en formas antropomórficas, dominio ilimitado de especulaciones para el arte plástico, lírico o dramático. ...Así el poder creador será personificado por Apolo, la inteligencia por Atenea, la inteligencia lírica por Dionisios, la sensibilidad por Afrodita, el instinto de la guerra por Ares, el genio del intercambio por Hermes.”
Tan estirado como una letanía, el ensayo sigue la vida de estas creaturas helénicas, con el interés de situarse mentalmente en el seno de una revolución; de hacerse un poco dueño del mundo, hacia algo que permita una sociedad nueva y capaz de pensar por sí misma, dilucidando la idea, el misterio de las más antiguas contradicciones que sobre la creación y la evolución pasan y vuelven a pasar sin percatarse del oscurantismo medieval que los precede; sin que se mire detrás de los cuadros o, debajo de las alfombras. No puede uno bañarse dos veces en el mismo río, como nos lo lega Heráclito, y como lo dice al respecto el propio autor, parafraseando al filósofo griego, y significando a su vez que, todo ha estado constantemente fluyendo, siempre cambiando. “Especie de fuego vivo que se abrillanta y se apaga.“
En este trabajo Ferrer habla de lo que entiende. Lejos de pretender ser un filósofo, echa a correr el día sobre la noche esperando lo peor, como en los tiempos de la Edad Media. Golpeado por los latidos internos de su consciencia, sin barreras de miedo ni silencios ambiguos, acaba por sacar postreros perfumes de las hojas caídas de la Inquisición. Por perseguir verdades estupefactas, citando textos bíblicos, recordando tal vez lecturas de adolescente. Para darle al mundo, con Galileo y Copérnico, “una visión real y verdadera acerca del puesto que la Tierra y el hombre ocupan en el Universo”. Y, pronunciando palabras jamás esperadas, inadmisibles, llenas de enojosas confesiones para los píos, se pone a la oscura espera de algo que devuelva al diapasón humano el tono del razonamiento, el juego dialéctico de la vida.
Además de este volumen que, bien vale la pena leer, Guillermo me entregó otro ensayo más publicado al mismo tiempo, con el título de “El canto de los alcaravanes”, cuyos comentarios posteriores haré en alguna otra entrega de estos apuntes, después de leer su texto. Y que dicho sea de paso, viene a sumar el título 60 o más de su obra científica y literaria, realizada.

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