viernes, 3 de junio de 2011

DEL OBJETO AL CONTENIDO - Manuel Martínez Acuña

Del objeto al contenido

Manuel Martínez Acuña 
                    
         Según considera Félix de Azúa, en su “Diccionario de las Artes”, no hay avatar humano cierto fuera de su inmediata coloración; sin que no haya pasado por el puente tendido entre el intelecto y la reflexión. Así, por ejemplo, cada vez que recibimos de la televisión, el cine o internet, el mensaje corporativo que la tecnología nos vende a domicilio a través de sus efectos audiovisuales, nos preguntamos siempre -en la más estricta intimidad-, qué cosa podemos hacer para conservar incólumes los principales valores éticos de nuestra cultura, frente a una opulenta escuela que pretende moralizar virtudes a la misma velocidad que las destruye.
         El poder que han acumulado estos medios de comunicación en los últimos veinte años, no es sino la constatación de un éxito rigurosamente convertido en salazón de la conciencia occidental, por no hablar de una nueva cultura general; cuya autoridad e influencia exageradas, tendrán que tipificarse algún día en la legislación venezolana, bajo una ley de contenidos -sobre todo en lo relativo al papel de la televisión-, ya que de lo contrario no habrá más moral pública ni más realidad política, que la sancionada por ellos.
         Pero el asunto no termina aquí. Hay que añadir un objeto más de cierto contenido freudiano, que, en muchos aspectos psicológicos, constituye el filamento perfecto para hacer cambiar el alma del pueblo, vaciar el contenido ideológico de cualquier conquista superior, o, confundir la capacidad intuitiva del venezolano. Lo cual no es otra cosa que ir en contra del esclarecimiento, la explicación o exégesis de la vida formativa. Ir en contra de lo que va teniendo lugar a partir de cada nueva idea, cada acción social, cada toque de arado, cada escuela abierta, fábrica, industria o cooperativa, permeados para el desarrollo; sin preguntarse siquiera por la gente del común o por el país. O, por todas aquellas operaciones sensibles que llegan a hacer grande a una nación, si se contraen a la esfera de la persona humana.
Otra de las paradojas que no dejan de ser un dispendio intelectual de los medios es, aquella en donde la televisión aparece como adalid de una reivindicación social, reclamando para sí –como si fuera uno de los pilares del periodismo-, territorios morales que no ocupa; olvidándose de haber nacido para prestar servicios públicos, para ser un testigo insobornable de su tiempo. Algo que, entre galerías de arte, bien pudiera representar un cuadro surrealista de Picasso, respecto de la antípoda que revela. Pues la imagen de espiritualidad nacional que antes irradiaba la televisión comercial, con su fuerza creativa, coherencia, didacticismo y credibilidad, hoy no llega a ser sino un objeto más en el mercado de los objetos rentables; sin resonar de sus confines ninguna voz airosa del pasado histórico. Sin un gramo de aplomo en la información.
         Vale decir entonces que, del objeto al contenido, hay un desierto poblado de televidentes enmudecidos y cansados por tanta ofensa a la inteligencia, ultraje a la moral, atropello a la verdad; o por cualquiera otra forma de humillación programada fuera de la decencia esencial, a la que todo ciudadano tiene derecho a aspirar.
Porque ya no hay ni ciegos ni sordos en la relación sociedad-medios, como para no poder escapar del modelo peregrino con el que cuanto narcisista, megalómano y criticastro, mentalmente enfermos, quiera adornarse con los colores de la bandera nacional.
         Una piedra es una piedra, hasta que no se descubra su lado bueno y su lado malo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor puede dejar su comentario...