miércoles, 18 de enero de 2012

FIRMEZA DE UN CARÁCTER

A p u n t e s
Firmeza de un carácter
 Manuel Martínez Acuña
      Por lo que toca a su contenido, la vida de Mariano Parra León fue la expresión continua de la sinceridad, frente a los problemas sociales, juzgados a la luz de su prodigioso talento y de un escrupuloso rigor filosófico. Y, decimos esto, porque parte de ese episodio existencial nos tocó vivir muy de cerca durante los años treinta y cuarenta (para mi fortuna), cuando él solo era el párroco de Los Puertos. Y, ahora, en la oportunidad de estarse cumpliendo el XXII aniversario de su desaparición física, ocurrida en Maracaibo el 26 de enero de 1989.
      Fue así como; o en razón de llevar su nombre una parroquia del Municipio Jesús Enrique Lossada, del Estado Zulia, me tocó la suerte de ser elegido para decir el discurso de orden en el acto conmemorativo de su VIII aniversario de entonces, el cual estuvo presidido por su eminencia el Obispo Auxiliar de Maracaibo, Monseñor William Delgado, oficiante de la Santa Misa que precedió a dicho acto.
      Tres razones -dije- me han movido a estar aquí, esta mañana, y, a compartir este momento con ustedes. La primera razón es obvia. Se trata, precisamente, de quien idealizó la formación espiritual e intelectual de toda una generación de jóvenes y adolescentes, que logró reunir a su entorno; de la que afortunadamente yo formaba parte. Y, quien para su época, más que sacerdote, fue un docente de convicciones fuertemente adheridas a su vocación sacerdotal, y particularmente comprometido con su gente y con su pueblo; además de su iglesia.
    Las otras dos razones restantes, corresponden a la gentil invitación del ingeniero Mario Urdaneta, Alcalde del Municipio Jesús Enrique Lossada, y a la bonhomía de su Cronista, el señor Nerio Ramírez Pernía, para que ocupara esta tribuna en la ocasión de hacer memoria sobre su vida y su obra.
      Lo conocí de párroco en Los Puertos, como queda dicho, cuando aún me faltaban medios para fijar relaciones de causa a efecto entre las severidades adscritas a la existencia. De lo que ella representa en términos de conciencia y voluntad, trascendencia y espíritu, alegría y tristeza, crecimiento y muerte. Así vimos en su misión de claridad, y, entre sus amigos y adversarios, la figura esbelta de Mariano Parra León, de palabra caldeada y de excitante rebeldía idealista.
         Concurrían los años treinta. La filosofía, civilización e intereses de aquel tiempo, debieron provocar grandes conflictos en el espíritu adelantado de aquel sacerdote de veintidós años, cuyo temperamento no se contentaba con los catecismos elaborados a distancia, o ajenos a la idiosincrasia de su pueblo. Lo bastante, para no conceder nada a la realidad limitante, sin buscarle salidas.
      Así comienza a desdoblar en la parroquia los prejuicios de la época que, tempranamente le conducen a provocar sanciones envilecidas por la hipocresía dogmática, de los que creen que sus méritos provienen de una gracia divina que mora en ellos; sin imaginar siquiera que el valor personal se adquiere con esfuerzo propio.
    A afrontar a un Gobernador y a un cabildero de turno, tocados por el "genio" del poder, que simulaban ver menoscabada la "santidad" de la Casa Cural --que Mariano había cedido a manos llenas para que allí funcionara el Centro de Juventud Católica de Altagracia--, en un despliegue de mesas de juego para ajedrez, dama, dominó, ping pong, etc. Temerosos (los funcionarios), no del escándalo y del mal ejemplo murmurados con voces mal intencionadas, sino debido a que les contrariaba la educación que aquellos muchachos estaban recibiendo -aparte del entretenimiento-, ávidos de conocimientos.
    Aquel Centro enseñaba hábitos de lectura, técnica de la oratoria, fundamentos de gramática, escritura, etcétera. A cuyo efecto muda de su casa solariega, donde vivía, parte de su valiosa biblioteca, para acercarla a la potencia cognoscitiva del grupo juvenil, sorprendiendo a la misma noche con su tránsito de luces a cuestas.
         Con la elocuencia que le caracterizaba, anuncia novedades de singular persuasión, y conduce a sus discípulos a formarse ideales propios; en un esfuerzo del talento que, mejor sirva y enseñe al hombre a dominar las fuerzas intelectuales, las emociones desprovistas de contenido práctico, y las indecisiones, en pro de una actividad tonificante.
           Cruzar espacios nuevos fue siempre su originalidad. Pues, de aquella oscura Casa Cural, en donde llegó a funcionar entonces un dinámico círculo de estudios, y que de hecho era un taller de oratoria y redacción, salieron los impulsos necesarios que nos motivara a todos. La fuerza plástica, por ejemplo, de pintores como el gran Gabriel Bracho. Juristas como Eucario Romero Gutiérrez. Historiadores como Adolfo Romero Luengo. Educadores como Rafael Vega Paz. Médicos como Hugo Parra León y Manuel Isauro Rincón Martínez. Y otros tantos poetas, escritores, ensayistas y buenos ciudadanos, de lo que yo he dado en llamar una época de oro. Y es por eso, que, ninguno de esos muchachos, ha resultado ser en el tiempo, un cascarón vacío.
    Escritor y periodista, toca los términos de las circunstancias con decoro y brillantez, para que la historia juzgue o distinga el virtuoso del simulador; el arquetipo del caradura; el talento de la mediocridad.
        Como legislador, su palabra resuena y crece como un feliz accidente, a su paso por la Asamblea Legislativa del Estado Zulia; lo cual legitima -como muy pocas veces- una función del pueblo, y la pone por encima, ajena y superior, a la intención habitual de los políticos, que casi siempre dan un triste espectáculo en los arrebatos por el poder, y en los otros despropósitos de la cosmopolítica.
          Como orador, no conoce la temperancia del miedo; sofoca el clima de vulgaridad de los gobernantes, la falta de cultura que exhiben, y dice a los jóvenes que piensen en grande, que atesoren por culto un ideal; porque son la única primavera que no vuelve. Que difieran de la rutina, del éxito al contado, como lo apunta José Ingenieros en "El Hombre Mediocre". Porque las excelencias del triunfo son equivalentes siempre al esfuerzo que se les consagre.
          Así pudo pasar debajo de la torre de su Iglesia, sin temor de ser aplastado. Así lanzó a un grupo de muchachos a la circulación del mundo, por encima del nivel de lo inútil. Muchachos que abrían podido quedarse en un barranco cualquiera del camino, perdidos y sin rumbo fijo; ajenos a todo impulso vivo.
            Así se dio la firmeza de un carácter. La vida y obra de un hijo ilustre del Zulia, como lo fue la de Monseñor Mariano José Parra León, obispo de Cumaná.

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